30.3.20

Diario de cuarentena

Inés de Sautu (poeta) está armando un diario de estos días, convocando para ello a diferentes escritores. Acá está mi pedacito de cuarentena. Gracias por el convite. 




San Telmo, 29 de marzo de 2020
Cuarentena, día 10

No es algo nuevo para mí trabajar desde casa, de manera virtual. No es algo nuevo para mí seguir una rutina, que sostengo en estos días, levantarme 6 AM, poner la radio, hacer ejercicio, desayunar con Axel, arrancar el día laboral. Ni siquiera es algo nuevo para mí la incertidumbre. Animal con el que, como muchos trabajadores independientes, aprendí a convivir hace rato. Esto de no saber qué pasará el mes siguiente, cuál será exactamente mi salario, si los planes que tengo poseen o no asidero. Todo eso es moneda corriente para mí. Asique se podría decir que llevo unos cuántos casilleros adelantados si me comparo con muchos de los que están viviendo una experiencia nueva de punta a punta.

Tampoco es algo nuevo para mí escribir un diario. Siempre tengo uno en uso, más allá del montón de diarios terminados.

Sin embargo, estos días están llenos de novedades. Y definitivamente, nuevo no siempre es mejor, ni luminoso, ni alegre, ni mucho menos divertido.

Lo que sí es absolutamente nuevo es escribir en mi diario palabras como “cuarentena”, “confinamiento”, “desabastecimiento”, “virus”. Anotar, cada día, al lado de la fecha: encierro día tanto. Eso sí que es nuevo. Es una cuenta progresiva y nadie sabe a ciencia cierta cuál será su final en el almanaque. ¿Hasta dónde piensa llegar? De un día para el otro cambié la cuenta regresiva por la cuenta progresiva. Antes de todo esto estaba descontando los días (en mi diario, en mi heladera, en mi agenda, en mis conversaciones con amigos, con alumnos) para unas vacaciones que ya no sucederán. La tristeza ante ese no viaje no encuentra del todo dónde acomodarse. Todo es tanto más grande que nuestra desilusión de habernos quedado sin playa es un mal menor.   

Nuevo es ver el barrio vacío y que no me guste. Yo siempre me quejé del amontonamiento de gente en San Telmo, especialmente los domingos. Siempre veneré las mañanas de invierno, cuando no hay un alma en la calle. ¿De qué sirve la calle vacía ahora si no puedo andarla? Entre las cosas que más extraño está eso, salir a caminar.

Nuevo es escuchar el camioncito que pasa a cada rato diciendo por autoparlante que nos quedemos en nuestras casas, nuevo es el ruido del helicóptero que pasa cuando no pasa el camioncito, nuevo es arrimar la mirada al cielo y ver cómo nos sobrevuelan los drones vigilantes. 

Nuevo es que mi sobrino Río haya dado sus primeros pasos solito y no poder haber ido corriendo a ser testigo de sus primeras andanzas. (Qué palabra hermosa, andanzas.)

Nueva es esta impotencia recargada ante la muerte. Que haya fallecido la vieja de mi amigo Ale y no poder arrimarme a darle un abrazo y decirle una vez más que qué mierda el cáncer. (Qué palabra siniestra, cáncer.)

Absolutamente nuevo es tener que fumigar a Axel cada vez que entra a casa, pasar el día entero con un nudo en la panza deseando la hora del reencuentro, la angustia solapada, el miedo que no nombramos en voz alta para no darle más entidad de la que ya tiene, pero ambos sabemos que está entre nosotros. Nuevo es aplaudir cada noche a las nueve un poco también por él, que es uno de los tantos que tiene seguir saliendo a la calle a trabajar en medio de toda esta película.

Qué obvia resulta la analogía, ¿no? A veces lo obvio es lo más exacto. Nunca me gustó la ciencia ficción, ni leerla, ni verla, nada, ni un poquito. Si pudiera me levantaría de la butaca, pediría que me devuelvan el dinero de la entrada y me iría a tomar un Boulevardier a Café Rivas.

No quiero más cosas nuevas por estos días, no veo la hora de volver a los viejos enunciados: “Pongo la pava, venite” “Si estás en media hora, paso” “El domingo vamos a Quilmes” “¿Vamos a tomar una birra?” “Pasemos a saludar a Aldo” y mi preferida en el mundo: “Vida…  la noche está hermosa, ¿querés ir a dar una vueltita?”

Mariana Kruk

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