esta
debe ser, sin dudas,
una
de las primeras alarmas del verano:
que sean las 7 de la mañana
y que el sol ya empiece a picar.
ahí
está la autopista ardiendo,
ella
no distingue esto,
ella
sí que nunca duerme,
es
la verdadera insomne.
una
pareja se abraza contra un caño,
él
le toca el culo,
marca
su cuello para que todos sepan,
ella
se resiste de mentira,
porque
en algunos barrios,
aunque cueste creerlo,
todavía
existen esas estrategias femeninas.
latas
vacías en los rincones indican
que
la fiesta terminó,
uno
quedó desplomado en el piso
y
duerme como un ángel caído,
otros
duermen ahí porque no les queda otra,
porque La Plaza es su única casa,
el
piso de un solo ambiente con un techo corredizo
que
quedó trabado un día
y
no se volvió a cerrar nunca más.
el
café con leche de ese termo,
ya
viene azucarado y le pasa el trapo a cualquier otro
de
esos que venden las cadenas multinacionales
para extranjeros y oficinistas,
siempre
le digo lo mismo al señor que me lo sirve,
no
me lo llene tanto, que soy torpe.
se
ríe. me sirve. le pago. lo agarro,
y
siempre se me cae un poco.
están
también los otros vendedores,
los
de pilas, lentes de sol y lentes de ver
con
un aumento estándar que nos iguala
en
chicatez, en miopía,
están los
que tienen en un mismo puesto
collares
luminosos, despertadores,
promociones
de alfajores
y
gomitas embolsadas,
las
de colores y las verdes,
siempre compro las segundas
y
me indigno porque no saben a menta.
están
las personas que van a trabajar,
los resignados, con
la cabeza gacha,
esos que ya no se preguntan si algún
día podrán ir a la cancha o almorzar en familia,
y están los otros,
los que mejor me caen,
los que miran
con rencor al menos,
a
mí y a todos los que estamos yendo
a
acostarnos un domingo de mañana.
está, claro, mi paso obligado,
la punta del ovillo de este poema,
la
parada del “trucho”.
y
al lado, por suerte,
el
señor de los panchos,
siempre,
sea la hora que sea,
el
día que sea, el tipo está ahí,
con
el puesto abierto, sudado, laburante,
es
mi guardaespaldas,
es
el hombre que me hace
sentir
segura en cada una de mis esperas,
un
día le voy a contar
el
alivio que siento al verlo cada vez,
un
día le voy a preguntar cómo se llama,
un día le voy a decir gracias.
está
también, existe, sobrevuela,
un
algo nos unifica a todos,
que
nos mete en la misma bolsa,
que
nos convierte en pares.
en
Constitución a las 7 de la mañana
todos,
por el motivo que fuera,
estamos
desahuciados,
estamos
rotos.
me miro y me reconozco,
soy parte de ese apocalipsis diario,
con
la remera manchada de café con leche,
encendiendo
otro cigarrillo,
pensando
en que quiero llegar ya a casa
para
ver si me respondiste
el
mail que te mandé.