qué mano macabra
nos cruza y nos vuelve a cruzar
en el asfalto, como dos manchas de
tinta, o de aceite, o de vómito.
ahí estamos,
en el enchastre,
simbióticos.
ahí estuvimos,
desde siempre,
patinando,
chochándonos,
haciendo chocar
todo lo chocable,
desde las copas
hasta los taxis.
tenías razón
aquella vez
y todas las veces.
de nada sirve
que me despida.
si cada vez
que levanto una mano
para decirte chau,
el titiritero
me obliga a levantar
la otra,
para sostenerte,
para llevarte a casa.
con la bilis, así te quiero.
ResponderEliminarbien visceral el poema.
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