Es difícil encerrar una parte de la obra de
una poeta —utilizo el término «poeta» con género femenino como un gesto de
complicidad hacia Mariana— en un libro. Y es más difícil aún describir la
sinécdoque que resulta. La obra poética está viva: es como mirar un río. Y
nadie se sumerge dos veces en un mismo poema. Releo la obra poética de Mariana
y nunca encuentro las bisagras: cada nuevo poema es el mismo río. Quien escribe
poesía, la escribe permanentemente. No se puede disociar un poema del resto y,
a la vez, todos caben en uno. Hay aristas estéticas: este libro las tiene y
será tarea de ustedes, lectores, entenderlas. Pero son irrelevantes porque
nunca son iguales. Y por eso hay que buscarlas. Escribo la reseña de Ninguna
Nuez porque Mariana me saca de su corriente y me empuja a la orilla. Apenas
describo la imagen que veo. Todo cambia cada vez, menos el río, que siempre es
el mismo pero nunca es exactamente igual. La parte por el todo o el todo por la
parte: un libro de poesía es, en el mejor de los casos, una sinécdoque
inagotable. Propongo con esta reseña que si Ninguna nuez lo es, será entonces
—y sólo entonces—, un libro de poesía. Yo no he podido refutar esa hipótesis
pero les propongo a ustedes que lo intenten: a ver si alguno puede leer dos veces
este libro de la misma manera.
Nicolás
M. Poulsen
@NicolasPoulsen
ojalá que cuando Nicolás Poulsen se avive de lo genio que es, no me quite la amistad y siga escribiendo las reseñas de mis libros.
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