acomodar
el placard es una tarea que disfruto, pongo música y le doy soga a mi neurosis:
doblo todo bien prolijo, apilo las prendas por color, tipo de tela y frecuencia
de uso.
estaba
en eso hoy, chocha. cuando de pronto desde lo profundo del rincón de los
abrigos recibí el zarpazo.
ahí
estaba, esperando agazapado mi descuido, haciendo estallar mi
frivolidad femenina en pedacitos; el pulover verde.
encontrarlo
fue toda una excursión a nuestro pasado. cómo me gustaba repetirlo en nuestras salidas,
su cuello bote me permitía en el momento que yo quisiera mostrarte un hombro
con facilidad. era mi anzuelo infalible para recibir tu beso, para que me
dijeras que ya tenías ganas de ir a dormir.
era
mucho más que una simple provocación, era un lenguaje que teníamos, algo tácito
que habíamos creado sin darnos cuenta, poniéndonos de acuerdo, el pulover
verde, vos y yo. esa cosa tan de otro planeta que era nuestra forma de
comunicarnos, algo que nadie entendió nunca y que yo hace rato dejé de intentar
explicar.
el
pulover verde hoy volvió a taclearme, pasaron diez años ya. soportó mudanzas y convivió
con otros pulóveres que han ido pasando por su costado, es todo un vitalicio en
mi armario. mentiría si dijera que está viejo o gastado o apelotonado. para él
parece no haber pasado el tiempo y en verdad quizás así sea, quedó fuera de
juego desde que vos y yo decidimos dejar de hablar en plural. no fui capaz de
volver a usarlo. ni siquiera pude probármelo para testearme en el espejo.
no
podríamos soportar, ninguno de los dos, que no arrimes tu beso, que no nos
digas que el lugar es un embole, que mejor volvamos a casa, que la verdadera
fiesta está ahí.